¡Hola mundo!

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Un día cualquiera

Parece ser que en la época de los romanos, cuando salían al circo, daban 7 vueltas porque ese número representaban la totalidad. Curiosamente 7 fueron tambien las vueltas que dieron los israelitas alrededor de Jericó antes de derribar sus muros. 7 son los colores que forman el arco iris, con el que Dios pactó con Noé que no habría otro diluvio que destruyera la vida. 7 notas musicales, 7 los brazos del candelabro judío, 7 los pecados capitales, 70 veces 7 las que debemos perdonar…
 
«Y Dios creó el mundo en 7 días. Bendijo el séptimo día y lo declaró sagrado, porque en él descansó de todo su trabajo de creación»
 
 
 Un día cualquiera de primavera, en la pequeña localidad de Arafer, a pocos kilómetros de la costa. La suave lluvia que regó las calles a primera hora de la mañana dejó paso a un tibio sol que animaba a las nuevas flores a desperezarse, dejando en el ambiente ese aroma de pueblo que les visitaba de cuando en cuando, poniendo en los ojos de los más viejos una mirada nostálgica de lo que fue, y en los más jóvenes la excitación de lo que saldrían a buscar fuera  en las próximas vacaciones. Los árboles de la avenida principal se alzaban en todo su esplendor en esta época, vestidos de verde esperanza, frondosos, cobijando multitud de nidos en sus ramas y dando buena sombra a los abuelos que descansaban en los bancos de su paseo diario. Estos árboles presidían sendas  hileras de casitas que habían sobrevivido a los avances tecnológicos no por ninguna casualidad ni milagro, si no porque un buen día empezó a ponerse de moda de nuevo el vivir en una casita independiente, en mitad de una pequeña ciudad, así que lo que un día fueran viviendas humildes, las llamadas «casas baratas», volvieron a habitarse, remodelarse, y cómo no, a cotizarse al alza.
 
Esta avenida desembocaba en la plaza, que un día tuvo hasta una torre y varios caseríos centenarios, que derribaron para  hacer bloques de viviendas, a pesar de las protestas y sentadas que protagonizaran las gentes del pueblo. La plaza convertida en parque estaba flanqueada por edificios de 7 alturas. Y en los soportales de uno de ellos, el bar más antiguo del lugar, el único que tuvo la suerte de poder adaptarse a los cambios, aunque hicieron falta cambios para su adaptación. Y donde entonces los hombres se tomaban el vinito antes de ir a casa al salir de la fábrica, o echaban un mus o un dominó los domingos al mediodía, ahora modernas amas de casa, ejecutivos que no descansan nunca, y jóvenes que hacían peyas en el insti, se tomaban en soledad un café y un pincho de tortilla.
 
Así estaba Carla, un día cualquiera de primavera, sentada sola en una mesa al lado de la ventana, revolviendo un café al que todavía no le había echado el azúcar. De vez en cuando apartaba la vista y la perdía en los pequeños jugando en el parque vigilados por sus abuelos, para volver a perderla en la espiral del café. A su lado un periodico doblado por la sección de anuncios clasificados y un boli con sus iniciales junto a él. Al fondo, un camarero joven la miraba con cierta intriga. La conocía tan bien como puede llegar a conocer un camarero a un cliente, y este día le extrañaba que no hubiera pedido el pincho, no porque no lo pidiera, pero… la veía tan perdida, tan descolocada… no parecía tener prisa por llegar a su clase de gimnasia, y él sabía que iba todas las mañanas. Sus miradas se cruzaron, y su sonrisa, aunque débil, le animó a acercarse, con el pretexto de vaciar el  cenicero de la mesa de al lado y ofrecerle un vaso de agua, como era su costumbre, y que ella negó perezosa con la cabeza. «¿Qué, hoy no vas al gimnasio?», «No… no creo que vaya hoy»; «¿Estás bien, Carla?»; «Si… si, claro… es sólo que hoy no me apetece mucho… pero gracias». Y volvió a su sitio en la barra, y a aprovechar los momentos de poco movimiento en el bar para leer algo de unas hojas que siempre llevaba y ponía debajo, fuera de la vista de los clientes.
 
Carla miró sin interés el gran reloj de pared. Faltaban como dos horas para que se encontrara con Marcos, su novio y compañero de trabajo, y ahora rival ante una vacante en la directiva de la empresa. Lo que había comenzado siendo un juego de complicidad se estaba convirtiendo en una verdadera lucha de poderes que le estaba dejando sin fuerzas. Sólo veía una solución, y aquello tampoco le entusiasmaba. Como tampoco le entusiasmaba en aquellos momentos una comida familiar. No es que no se llevara bien con su familia politica. De hecho Lola, la hermana de Marcos, era sin duda una de las mejores personas que había conocido. Siempre con una sonrisa, siempre educada, jamás, ni en sus peores días, la escuchó una palabra más alta que otra, y sobre todo, tan espléndida, con todo el mundo que la conocía, y con quien no, también. Mercedes, la madre, era de trato dulce, una elegancia innata más allá de la educación de unos estudios que no tenía. Y así todo, algo de aquella mujer tocaba a Carla por dentro, tal vez que le recordaba a su propia madre, que le faltaba ya hacía varios años. Sabía que se hubieran llevado bien, ambas tan sencillas en sus formas, y con ese mundo interior tan increiblemente rico. Su padre, en cambio, le provocaba otra cosa. Sabía que era un buen hombre, pero aquella forma de mirar a la gente… tenía un comportamiento un tanto extraño en la mesa y aunque Carla jamás vió nada parecido en su casa, pensaba que serían consecuencias de haber pasado una guerra. Marcos le explicó una vez que cuando se jubiló cayó en una depresión que le hizo cambiar radicalmente, aunque mejoraba poco a poco. Pero claro, Carla no lo conocia antes que dejara el trabajo… No, tampoco era Roberto, la incomodaba, si, pero nunca tanto como para no alegrarse de pasar una tarde con ellos. Era otra cosa, simplemente, no le apetecía moverse, no se veía con fuerzas.
 
Suspiró mientras echaba el azucarillo en el café y volvió a perder la vista en la ventana mientras lo revolvía de nuevo. Unos pequeños toques en el cristal de la ventana le hicieron fijar los ojos y ver. Su hermano Victor le sonreía, con el brazo echado sobre los hombros de una mujer que trataba de forma ridícula de desaparecer detrás. Desaliñado, con algo de barba, y con la misma ropa que le vio por la mañana corriendo en la lluvia, y saliendo de casa de su padre la noche anterior, lo único que cambiaba, era la chica. Le miró con ligera interrogación, lo que provocó en él una corta carcajada. Se encogió de hombros aceptando irónicamente su sino, le guiñó un ojo, y Carla volvió a quedarse sola. Pensó en él unos minutos. Se parecía tanto a su padre… recordaba que antes eran iguales incluso en el trato, tan comedidos, tan rectos, tan racionales… Antonio seguía igual, pero Victor… no sabe exactamente  qué le hizo cambiar, aunque tenía sus sospechas. El giro que dió su vida le preocupaba; había dejado a su novia de toda la vida y no parecía querer encontrar ese punto donde se une tu sombra a tu cuerpo, esa sensación emocional que sólo te da alguien que te quiere, o eso pensaba ella. Poco quedaba de su antigua prudencia, salvo en su trabajo, un buen puesto en el departamento de informática de una gran empresa donde por fortuna, seguía siendo igual de reconocido. El dolor de cabeza amenazó con volver de nuevo, asi que Carla volvió a perderse en el café, cada vez más tibio.
 
Al otro lado del parque un joven de mediana edad, guapo y de estudiada apariencia tranquila , paseaba un pequeño perro. Unos episodios de ansiedad que culminaron en una depresión, le forzaron a coger la baja que le mantenía desde hacía varias semanas en casa. Y cuando su mirada pasó por la ventana del bar y vio aquella cara que conocía tan bien, un brillo extraño acarició sus ojos mientras lentamente se colocaba detrás de un árbol sin apartarlos de ella. Allí estaba quien ocupaba su cabeza la mayor parte del tiempo, la mujer perfecta, con la vida perfecta. Allí estaba Carla, su vecina. Toni vivía en la casa de enfrente y solía cotillear a hurtadillas cada vez que les sentía. Espiaba detrás de las cortinas siempre que tenía tiempo libre, y aquellas semanas tenía mucho. Procuraba hacerlo con cuidado, igual que ahora, entre los arbustos y detrás del árbol, para que su mujer no se diera cuenta. Teresa andaba algo marhumorada ultimamente y no necesitaba darla motivos para una nueva discusión tonta . Al cabo de unos minutos vio otra figura familiar pasando por delante del bar. Laura, la amiga de Carla, paseaba con su novio, Esteban,  compañero de Carla y Marcos e igualemente aspirante al puesto directivo. Se pararon en seco cuando la vieron allí sentada, se cruzaron un par de frases, se dieron un beso, y mientras Esteban se alejaba saludando con pesadez a Carla tras el cristal, Laura entró con semblante serio que cambió por una momentánea sonrisa cuando le dio dos besos y se sentó frente a ella. Después, otra vez seria, la veía hacer aspavientos con los brazos… cogió el periódico para volver a tirarlo en la mesa, la señalaba con el dedo, luego negaba y la volvía a señalar, mientras Carla permanecía impasible ante sus palabras. Le puso las manos en los hombros, la zarandeó un poco, y luego las bajó hasta las de ella, tomándolas con fuerza. Así estuvieron un buen rato, hablando mucho Laura, asintiendo y negando Carla. Las vio mirar el reloj, y él lo miró también, curioso de saber la hora exacta. Había estado una hora alli mirando, espiando, sin darse cuenta del tiempo. Vió a Laura levantarse, coger su bolso e ir al baño, casi al mismo tiempo que un coche paraba cerca del bar.
 
Marcos entró en el bar con cara irritada. Habían quedado para ir a comer a casa de su hermana, que hacía poco había vuelto de un pequeño viaje. Le dio un beso en la mejilla, como cuando besas a alguien que te acaban de presentar. Miró alrededor suyo, se encogió extrañado de hombros, y ante la negativa de Carla pareció irritarse un poco más. Señaló el café, llevándose la otra mano al bolsillo, que sacó en cuanto Carla asintió con la cabeza, dio media vuelta y salió del bar, sin esperar que cogiera su bolso. Carla le siguió con desgana, se sentó a su lado en el coche, y desaparecieron por las calles del pueblo. Poco después, Laura también salió del bar, con aire tan preocupado como cuando entró, y se perdió por la calle opuesta.
 
«¿Descansando del paseo, Toni?»; aquella voz siempre le producía la misma reacción, de pensar qué le quedaba por hacer e inventar una excusa.
«Buenos días, señorita Virginia»
«Buenas tardes más bien, Toni, que paseo largo te has tenido que dar hoy…»
«No, no lo crea… como de costumbre… aprovechando el día que quedó tan bueno»
«Pues Teresa ya hace un rato que te espera»
«¿Teresa? ¿Está por aqui, la ha visto?»
«Que yo sepa no; la vi en la ventana, cuando venía. Toni, hijo, ¿es que no te acuerdas que ibais hoy al almacén?»
«… el almacén… si… claro que me acuerdo… por eso iba ya de vuelta a casa, señorita Virginia»
«Anda, ve con tu mujer, y céntrate, hijo, ya verás que todo va  a salir bien»
«Gracias, señorita Virigina, seguro que si. Si me disculpa, me voy a casa»
«Vé, Toni, hijo, ve. Adios»
 
La casualidad quiso llevarles a vivir en la misma calle, aunque por fortuna, la señorita Virginia vivía en la otra punta. Era tan asquerosamente amable… ¿Por qué no la recordaba asi de sus días de estudiante? Seguramente sería por Teresa, porque al contrario que a ella, en aquellos años jamás le valoró la profesora sus méritos, no importaba cuánto se esforzara él por demostrarlos. A veces sentía que ella tenía la culpa del rumbo que tomaba su vida cuando las cosas no le eran muy favorables. Si le hubiera reconocido de vez en cuando, si al menos le hubiera puesto en su sitio en las ocasiones que sabía positivamente que había sido el mejor…
 
Aceleró su paso de regreso a casa, en parte porque sabía que el enfado de Teresa iba en progresión geométrica con el tiempo que tardara en llegar, y en parte porque quería dejar atrás a la señorita Virginia.  Le chocaba, sin embargo, que una señora tan amable, con una evidente educación y preparación, y que aún conservaba una belleza que no podía emborronar sus recuerdos de estudiante, se hubiera quedado soltera. Investigó el  caso durante un tiempo, abriendo los oídos a los chismes de la gente, corroborando algunos y desechando otros al consultarlos con la documentación disponible en la biblioteca y los registros públicos. Espió a su antigua profesora hasta que se dio cuenta que Carla y Marcos le venían más a mano, llevando además la vida que él hubiera debido llevar.
 
«Espera, Toni, espera un momento»; Los gritos de la vecina de Carla le desviaron de su búsqueda de justificación para su tardanza casi llegando a su puerta. «La verdad es que tengo un poco de prisa, Rosa»; «Lo sé, Toni, lo sé… es que antes me dijo Teresa que ibais al almacén y como vais en coche, he pensado que no os importará llevar este paquete para la asociación, como os pilla al lado, no te importa, ¿verdad?», «Oh… no… no, claro que no, Rosa, nosotros lo acercamos», «son cuatro cosas sin importancia, algo de ropa, esas cosas… los pobres, lo pasan tan mal… ah, y esto es para vosotros, unos pimientos y unas manzanas de la huerta,  a ver si tu mujer te hace una tarta, que le salen muy ricas». «Gracias, señora Rosa, es usted muy amable. Que pase un buen día».
 
¿De dónde diablos sacará una viuda a su edad tanto como para que le sobre para otros, que ni conoce ni se lo agradecen…? Las verduras eran de su propia huerta, en la parte de atrás de su casa. Era la única vecina que la mantenía, el resto habían habilitado garages, columpios para los niños, habitaciones para la colada o simplemente habían hecho jardines en perfecta armonía. Ella en cambio lo tenía todo, una pequeña tejabana donde su hijo acomodaba el coche cuando venía a verla, una larga cuerda entre dos manzanos con un trozo de madera que entretenía a su nieta, trepadoras alrededor de la tapia, custodiadas por fresas y moras y bordeadas todas ellas por un manto de margaritas multicolor; algún que otro rosal junto a la casa, y la huerta en mitad de todo aquello. Que compartiese eso estaba bien, al menos con los vecinos que la conocían de toda la vida. Pero lo otro… la ropa, el calzado, las toallas… en fin, todas esas cosas que a menudo… «tiraba»…  esa era otra injusticia que ultimamente le traía de cabeza. Tendría que pensar en ello, si, pero ahora, de momento, estaba Teresa…
 
La noche llegó poco a poco a Arafer. Las nubes que habían jugado esquivas durante la tarde salieron de golpe, aunque sin llegar a estallar, bañando al pueblo con una noche un tanto fría que animaba a unos pocos a recorrer las calles. Entre los murmullos de la gente, sobresalían unos pasos acelerados seguidos de otros un poco más plomizos. Carla y Marcos regresaban a casa dando un paseo, aunque siempre que paseaban lo hacían asi, con Marcos abriendo camino, como si estuviera siempre a punto de perder un tren. Su rutina se rompió al doblar la esquina que les llevaba a su hogar. A lo lejos varias luces rojas y azules partían la calle en dos. «Mira, Carla, algo ha pasado, y parece que es cerca de casa»; «Dios mío, si, algo ha pasado».
 
Aceleraron el paso hasta alcanzar la ambulancia y los dos coches de policía parados frente a su entrada.  De la casa de enfrente dos sanitarios sacaban una camilla con una sábana blanca cubriendo un cuerpo.
 
«¿Qué ha pasado, señora Rosa, lo sabe usted?», preguntó Marcos.
«Parece que las cosas no iban bien. Hombre, ultimamente se había vuelto un poco huraño con la gente y quién sabe si a ella… pero quién iba a imaginar algo asi señor, señor…»
«Pobre Teresa, lo que habrá tenido que soportar de es hijo de p..»
«No, no, Toni no… ha sido ella… Teresa… le ha debido golpear la cabeza con algo, y por lo que se ve los de la ambulancia no han podido hacer nada.»
«… Teresa… Toni…», casi susurró Carla
«Sí, hija, si, nunca se sabe en una casa qué pasa de puertas pa dentro»
Los ojos de Carla recorrían inseguros la escena. Del otro lado de la calle, vió aproximarse a su padre.»
«Papá, ¿qué haces aqui?»
«Salí a dar un paseo y vi la ambulancia viniendo hacia aquí. He venido a asegurarme que vosotros estáis bien».
«Si… si, claro, papá, estamos bien,, nosotros tambien llegábamos ahora de dar un paseo.»
 
Dos agentes de policía salieron de la casa custodiando a Teresa, con las manos esposadas. Su aparente tranquilidad sólo era delatada por su forma de respirar, que en ocasiones rozaba la convulsión.  Con la cabeza visiblemente a kilómetros de allí, fue justo antes de meterla en el coche patrulla cuando a Carla se le heló realmente la sangre, Sus ojos que no buscaban nada, encontraron los suyos, y durante unos segundos su semblante se volvió poderosamente firme.
«Pe… pero… ¿habéis visto cómo me ha mirado?»
«Ya estamos, el ombligo del mundo», se quejó Marcos, poniendo los ojos casi en blanco.
«No, en serio, yo hubiera jurado… no sé, me pareció que…»
«… tu lo has dicho, Carla, te pareció. Mira, estos han tenido violencia doméstica, vete tu a saber desde cuándo la tenían… hasta que uno ha dado más fuerte, o primero… o las dos cosas, quién sabe. Anda, vámonos para dentro, que ha sido un día largo. ¿Se viene a tomar un café, Antonio?»
«No hijo, gracias, yo ya me tomé el mío en la cena. Sólo vine a ver que la cosa no iba con vosotros, y… en fin… que yo tambien me voy a mi casa ya. Que descanseis».
«Buenas noches, papá»
 
Marcos abrio la puerta de casa y entró como siempre, como si ésta se le fuera a cerrar antes de tiempo. Carla, más lenta que de costumbre aquella noche, se paró en el umbral de la puerta.
«Marcos, ¿tu me quieres?»
«Pues claro, Carla, qué cosas tienes, a estas horas… y podías cerrar al menos la puerta primero»
«Dime, ¿me quieres?»
«Que si, cariño, te quiero mucho, si ya lo sabes», contestó Marcos con tono un poco más tierno, entornando los ojos.
«Es que yo te quiero mucho, Marcos, yo te quiero más que a nada»
La cara de Marcos se iluminó como no lo hacía en semanas, y Carla sintió su corazón empezar a latir de nuevo. Se le acercó despacio, y con tono aún más tierno que antes, le susurró, «Anda, bobona, entra en casa, que te voy a demostrar lo mucho que te quiero». Carla cerró los ojos, sonrio, y se dejó arrastrar suavemente en la casa. Y Marcos, con el brazo que le quedaba libre, empujó un poco la puerta, para cerrarla, dejando para su privacidad lo que pasaba en su casa, de puertas pa dentro…»
 
 
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Buscando una oportunidad para Arene

Hoy mi entrada no es ningún cuento, ningún relato, ninguna paranoia. Hoy dedico la entrada a una familia que ya ha perdido un hijo y está tratando de salvar al otro, que tiene la misma enfermedad.

Os dejo su mensaje, a ver si hay alguien que conoce a alguien que conoce a alguien…

"Somos los padres de Kepa y Arene Sangroniz Remiro.

Como sabéis, nuestros dos hijos padecen una enfermedad celular degenerativa
incurable llamada Ceroidolipofuscinosis Infantil Tardía.

Kepa falleció hace año y medio, a los seis años de edad, producto del deterioro
que le provocó dicha enfermedad. Arene cumplirá cinco años en agosto, y el
pronostico es que siga un proceso similar al de su hermano.

Buscando información sobre la enfermedad y sus posibles tratamientos, en el
2009 tuvimos información de un experimento encaminado a ensayar un posible
tratamiento contra esta enfermedad, que se iba a realizar en el Hospital
Presbyterian – Cornell University en la ciudad de Nueva York (EEUU).

En la última conversación mantenida con el Hospital Presbyterian (29/03/2010)
nos comentaron que existen “TRABAS” para comenzar a valorar a pacientes
extranjeros, aunque éstos continúan en la lista de valoración. No especificaron
qué tipo de trabas eran: si económicas, administrativas, políticas…, ni nos
aportaron ninguna información, ni nos remitieron a ningún organismo para saber
más del tema.

Dado que este experimento es la única opción que hay para ver si hay algún
posible tratamiento, o cura, o retraso de la enfermedad, y dado que el tiempo
discurre de forma inexorable en nuestra contra, nos encontramos en la situación
de no saber las razones por la que nuestra hija no puede acceder a ser valorada
para su posible inclusión en el experimento, y por tanto, perder la única
oportunidad que tiene en estos momentos.


En esta situación nos planteamos dos objetivos, y para ello solicitamos tu
colaboración:

Por un lado, averiguar qué tipo de trabas existen para poder acceder a la
valoración

Y por otro, salvar esas trabas para que Arene sea valorada y por tanto saber si
es susceptible de entrar en el experimento.

Si conoces a alguien que, por su profesión, relación personal o por terceros,
puesto de influencia o laboral, filiación o parentesco, puede acceder a
información que nos pueda ser útil en la consecución de estos objetivos, o
pueda tener influencias que nos puedan ayudar, te rogamos que le hagas saber de
nuestra situación y nos pongas en contacto con esa persona.

La persona más inesperada puede ser la que conozca a esa persona que interesa.
A un político, un médico, un investigador universitario, el secretario de
aquél, o ese conocido que una vez me habló de no se que cosa de EE.UU.

Muchas Gracias por tu colaboración"

Dejo el link de la página web, para los que quieran ampliar información y mantenerse informados:    http://kepasangroniz.org/ 

Y para los que tengan facebook…  Buscando una oportunidad para Arene

Y sobre todo, pásalo a tus contactos. Gracias

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Ceguera

 

Empezó
a desperezarse poco a poco, y según iba volviendo en sí su respiración se iba
acelerando. El aturdimiento de un sueño que parecía haber durado siglos, daba
paso al desconcierto y al miedo. Siempre tuvo más o menos buena orientación,
pero en aquel momento, sin ninguna referencia, no podría decir si detrás de
ella había una puerta o si estaba cerca de una ventana. Su peor pesadilla había
venido a visitarla…

 

A
su alrededor todo era negrura. Nada, no podía ver absolutamente nada. Y lo peor
es que no podía recordar cómo había llegado hasta esa situación, ni en qué
lugar podía estar. Desde luego no se encontraba en la calle, porque no notaba
aire fresco en su cara. Al contrario, allí el aire era estático, pesado y
caliente, como si estuviese encerrada en un sitio muy pequeño y sin
ventilación. Tampoco escuchaba nada, ni pájaros a lo lejos, ni bullicio de
gente, ni coches… sólo su respiración cada vez más angustiosa, que por no
hacerla compañía, ni siquiera hacía eco.

 


"Hola. ¿Hay alguien por aquí?". Ninguna contestación.


"¿Nadie me escucha? Por favor, necesito ayuda…" Nada, ni un
susurro, ni un movimiento…


"¡Socorro! ¡Ayúdenme, por favor!". Sus gritos parecían llegar sólo a
sus oídos…

 

En
un exceso de valentía alargó los brazos, primero por el suelo alrededor de
ella, luego por el aire, haciendo aspavientos que no encontraron paredes ni
techos cercanos. Así que poco a poco, se incorporó. Adelantando sus manos, dio
un paso cortito. Después dio otro. Nada, no encontraba nada. Empezó a arrastrar
los pies delante de ella, asegurándose que no le faltara el suelo, y con los
mismos aspavientos de los brazos siguió avanzando varios pasos más, sin toparse
con pared alguna. Giró sobre sí misma un poco y repitió la operación, dando
varios pasos que la llevaron a ninguna parte.

 

El
aire le empezó a faltar, sus pulmones cada vez cogían menos oxígeno. Un sudor
frío empapaba su cuerpo en medio de aquél sofocante desierto. Las pocas fuerzas
que tenía le iban abandonando, y se fue haciendo más pequeña, hasta terminar
otra vez en el suelo, en posición fetal, abrazada a sí misma. Sus lágrimas
brotaban con pasmosa indiferencia de sus profundos ojos verdes que ya no
trataban de ver, y abandonaban en silencio sus mejillas mientras sus manos se
aferraban con fuerza a los brazos, buscando quizá un castigo físico que le
devolviera alguna realidad, aunque fuera dolorosa. La angustia dejó paso al
abandono, "estoy sola", pensó entre sollozos, "sola…" y
simplemente dejó de luchar, rindiéndose a su suerte.


Casi sin darse cuenta, sus muñecas se aflojaron levemente, y las yemas de los
dedos dibujaban inconscientes pequeños circulitos en su piel desnuda. Dio un
profundo suspiro y admitió su propia caricia que le hacía sentir una ligera,
casi olvidada, sensación de tranquilidad. De pronto ante ella empezaron a
aparecer colores difusos, siluetas amorfas que poco a poco iban cobrando un
absurdo sentido. Ojos… comenzó a ver ojos… docenas de miradas amables que
estaba segura de reconocer, aunque no podía ponerles caras… y la comisura de
sus labios se elevó tímidamente cuando entre todas ellas, distinguió la suya
propia.


Y el descubrimiento de sí misma hizo aparecer como por magia la escena
completa. Dios, ¿cuántos años podría tener entonces, 6? ¿7? Una niña risueña y
decidida, dispuesta a ponerle al mundo las tiritas que hicieran falta para
calmarle las heridas. "Serás lo que quieras ser, cariño, tu vida sólo la
decides tu". Y la calidez de esa voz hizo aparecer a su madre detrás de
otra mirada. "Mamá…", balbuceó con una sonrisa. La admiraba casi
tanto como la quería, siempre tan positiva a pesar de la vida que le había
tocado vivir. "Cuando tienes un problema, sólo hay un planteamientos
posible: ¿tiene solución? si la respuesta es si, ponte manos a la obra y
aférrate a aquello que crees. Y si la respuesta es no, no merece la pena el
esfuerzo; asúmelo, y sigue viviendo"


Después se vio a sí misma sentada en el alfeizar de la ventana del desván de su
abuela, disfrutando de los atardeceres del cielo, en una de aquellas
interminables conversaciones que mantenía con el anciano castaño del
huerto."¿Sabes, viejo amigo? Algún día podré volar. Sí, lo mismo que las
golondrinas que anidan en el tejado de este antiguo caserío, igual que los
gorriones que se cobijan del sol entre tus ramas. Sí, algún día, volaré".
Y la imagen de su uniforme de piloto le hizo sonreír de nuevo."Vaya,
parece que no lo he hecho tan mal, después de todo."


El trino de los pájaros fue dando paso a una melodía de guitarra, y allí estaba
ella, con un cigarro humeante entre las cuerdas del mástil, y su amor de
adolescencia frente a ella, embobado y pidiéndole más. Estaba segura que le
querría para siempre; sólo él era capaz de mirarla a la cara, desnudar su alma,
y terminar con los ojos en aquél punto de la nuca. Luego intercambiaban los
papeles, y era él quien tocaba para ella. Lo hacía peor, francamente peor, pero
para ella eran los sonidos más bonitos del mundo.


Otras miradas fueron poco a poco tomando forma mientras recordaba ya con menor
esfuerzo las historias sentimentales que había tenido. Hasta que llegó a
aquella fiesta. "Raúl…"; una sonrisa amarga se plasmó de nuevo en
su cara. Como un torrente, noches de pasión y domingos de vídeo se fueron entremezclando,
los silencios compartidos competían con las palabras vacías, la ilusión con la
impotencia… sintió un mareo, una opresión en el pecho, y una bola dura que le
subía desde el estómago.


Apenas se dio cuenta que con el vómito llegó también la luz a sus ojos. Miró a
su alrededor. Se encontraba en mitad del salón de su casa, aunque hacía siglos
que no lo veía tan desordenado. En una esquina, un pequeño gato de porcelana
hecho trizas. Revistas y periódicos se amontonaban en  otra, como si
hubiera tenido la intención de hacer una hoguera con ellos. La manta con la que
se acurrucaban en las sesiones de tele, normalmente recogida en un cajón, se
apelotonaba entre los cojines del sofá, con claros chorretones de café,
cerveza, y trozos de pan de sándwiches mal comidos. Y cerca de ella, los restos
de tres vomitonas que, salvo la última, no recordaba.


Se llevó las manos al pelo. Tomó la goma que colgaba únicamente de un mechón
maltrecho, y enderezando un poco su dolorida espalda, recogió su cabello en un
moño despeinado. Con torpe decisión, se levantó. Miró sus pies desnudos, sucios
y con una mancha de sangre reseca. En algún lado debía haber algún vaso roto.
"Es curioso", pensó, "me ha debido doler mucho, pero no lo
siento". Estaba en camisón, había sido su segunda piel durante días,
porque estaba sucio, sudado como ella, y roto por una costura.


Se dirigió a la mesa. En una esquina se apilaban tazas y vasos con restos de
café, infusiones y whisky. En la otra, una caja de pastillas vacía y un folio.
Cogió este último y sus ojos amenazaron con empañarse de nuevo. Suspiró, pero
ya no intentó ver más allá de aquella tinta corrida, casi ilegible ya, que ni
siquiera se habían molestado en escribir a mano. Volvió a suspirar; la hizo una
bola con el puño, con la otra mano cogió la caja vacía y se dirigió a la
cocina, tirando ambas cosas a la basura. Se lavó las manos  y la cara,
sacó de un cajón una toallita limpia y el agua oxigenada del armario. Limpió y
desinfectó sus pies, y sonrió cuando los dedos le devolvieron el saludo
bailando."Sí, ya sé que estáis todos", dijo en alto. "Sí,
estamos enteros…"


Cogió una bolsa de plástico del súper y recorrió su piso, llenándola con unas
cuantas fotos que tenía enmarcadas, devolviéndola a la cocina. Después se
acercó al arcón que tenía debajo de la ventana, y rebuscó hasta encontrar con
qué sustituir los huecos que las fotos habían dejado. Sobre el taquillón de la
entrada colocó el último espejo. Sonrió ampliamente a su imagen. Le dijo
"Estás hecha un desastre, pero eso se arregla con una buena ducha".
Se echó un beso, y se dirigió hacia el cuarto de baño, quitándose el camisón
por el camino, canturreando a la Gaynor…

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Te cuento…

"Dicen que el amor es un río que ahoga la tierna caña.
Dicen que el amor es una cuchilla que te deja el alma sangrando.
Dicen que el amor es una apetencia, una dolorosa necesidad interminable.
Yo digo que el amor es una flor. Tu dices que es sólo semilla.

Es el corazón, con tanto miedo a romperse que nunca aprende a bailar.
Es el sueño, con tanto miedo a despertar que nunca coge su oportunidad.
Es el que nadie toma, el que parece que no puede darse.
Y el alma, con tanto miedo a morir, nunca aprende a vivir.

Cuando la noche ha sido demasiado solitaria
y el camino demasiado largo,
y piensas que el amor es sólo para los afortunados y fuertes,
sólo recuerda, en invierno, muy por debajo de la nieve amarga,
reposa una semilla, que con el amor del sol,
en primavera se convierte en una rosa."

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La cabeza

Tengo una
cabeza en la nevera. Tiene orejas de soplillo, aunque no me extraña…
ojos saltones, nariz respingona y rojiza y la boca abierta, aunque me
queda la duda si es siempre, o sólo cuando abro la puerta. Supongo que nunca lo sabré.

Suelo tener conversaciones muy interesantes con la cabeza fría. No duran mucho, quizá por eso lo sean. Eso sí, no solemos hablar del tiempo, total… aunque ella la verdad que no puede quejarse mucho, porque quitando pequeños intervalos que duran sólo unos segundos, vive en un clima de temperatura constante… así, sin cambios bruscos ni pa un lao ni pal otro. Una vez estaba yo despistada bailoteando la puerta, pensando en una tortilla para la cena y alguna memez más, cuando le oí algo como "no me toques los huevos"… y no sé cómo, hablamos casi tres minutos sobre el sentido de la vida. Es curioso lo que dan de si los huevos cuando los manejas bien. Claro que otro dia, después de ver un capítulo de cuarto milenio, que quería yo tener una miniconver sobre ovnis y esas cosas, y como lo iba radiando por el pasillo, según abrí la nevera me soltó: " ¡No me james la cabeza!". Qué tierna, ¿no es pa comérsela? en sentido figurado, claro…

En otra ocasión, despues de despedir con muy poca ropa a un amigo… ¿cómo se llamaba…? bah, es igual… pues fui a coger una cervecita fresquita para acompañar al cigarrito de despues del otro cigarrito de despues… huy qué mala leche teníaaaaaaaa… y no es metáfora, eh… que durante los quince minutos que duró mi particular nueve semanas y media, pues no veas los malabares que tuve que hacer para que no descubriera mi adorada testa y claro… la semi a tomar por saco… "Si, tu ríete, ríete", me dijo, " no sé cómo lo haces, pero siempre que tienes visitas, yo termino mojá". Le limpié la carita entre lagrimones y luego tuvimos sesión beauty, hablando ya sabes… cosas de chicas… vamos, hablando de hombres. La dejé de rewapa… le colgué un par de aros de cebolla en los sopli, digo… en las orejas, le pasé con un fresón los labios y con medio sobre tinta de calamar que había le pinté los párpados. Ays, cómo molan estas fiestas de pijama… "Venga, bonita… que mañana tu tendrás un invitado. En realidad serán dos, que sé que te va el morbo…". – "Mira que tus sorpresas… ¡te temo!" – "Jajajaja… anda, a apagar la luz, que hay que dormir."

Al día siguiente, cuando fui a verla con las manos en la espalda, comenzó a silbar mirando la mantequilla. "Aqui empieza tu fiestukiiiiiiii…" y adelantando los brazos, empecé a jugar con dos manitas de cerdo que le traje del super. "Hotia, esto parece el juego ese de "póngale las antenas al marcianito", que las pongas donde las pongas, siempre queda raro" – "Te he oídoooooooooo"  – "Ooops… ¿¿lo dije en alto?? Anda, bobona… que te he traído hasta música de fondo, pa que os ambienteis…" . Y dejando un par de mariscos dando pinzazos en la cubeta de abajo, que asi de paso me cortaban la lechuga, les dejé en su tierna intimidad. Me fuí a … bueno, eso no tiene importancia y no viene al caso… Regresé cuatro horas más tarde, puse una cazuela con agua al fuego y abrí la nevera. "Qué, ¿cómo fue la cosa?" – "No ha estao mal, no ha estao mal", dijo con aire despreocupao, echando un vaho blanco tras chuperretear una zanahoria. (nunca entenderé cómo lo hace, aunque tampoco lo pienso mucho… qué coño, es una cabeza en una nevera).

Si hay algo que disfruto de manera especial, es cuando estoy con gente, sobre todo gente que va de sobrada (arggggggg), tras una bordería hiriente disfrazada de despiste, digo aquello de "Huys, dónde tendré yo la cabeza"… y se ríen como pavos, y yo más, que no saben ni de qué se ríen en realidad. Me encanta esa complicidad conmigo misma, ese mirarles a los ojos inexpresivos que no cuadran con la mueca forzada de sus bocas, y pensar "Idiotas… no os enterais de nada, de nada importante al menos… no oleríais una rosa ni aunque las raíces os salieran de las napias". Bah, gente corriente, gentucilla… ¿quién les necesita, teniendo una cabeza en la nevera…?



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Eres una estrella

Buenoooooooo, qué día más bonito, ¿no? luce el sol sin achicharrar… cantan los pajaritos… el butanero me visita… ah, no, que es a la vecina…  cachisssssssss…

Hoy me he despertado con ganas de hacer limpieza… sip… me he quitado mi "pink banana pijamas" y lo he tirado al cesto de la ropa vieja. Quizá lo queme en Haloween, mira; he subido las persianas hasta arriba del to… apartado las cortinas y abierto las ventanas de par en par… que salga… que salga el aire viciado…

dios, qué bien sienta respirar aire fresco…

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Si… una gran mujer


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Muchas Felicidades, Wapo

Zorionak zurdoman, que cumplas muuuuuchos más… y yo que lo vea Te dejo un regalito

  

(A ver si algún te animas tu ahora)
"Zorionakl zuriiiiiii, zorionak zuriiiiiiiiiii, zorionak zurdooooooooooo, zorionak zuriiiiiiiiiiii"

Desempolvo un viejo cuento para compartirlo contigo hoy. Espero que te guste, es una de mis historias favoritas.

… Se revolvía entre las cenizas, dando a su mirar y a su cara toques de eternas sonrisas…

 

Isabel había sido la chica más irritante que había conocido, con un humor más cambiante que el clima en las tierras del norte. No podía recordar si siempre habían discutido tanto; simplemente dejó de pensar en ello, pues nunca entendió los motivos, los tontos motivos que  hacían saltar la chispa de la confrontación. Y sin embargo, tenía una facilidad increíble para recordar con toda nitidez aquel baile; todavía se le erizan los pelillos de la nuca cuando, al cerrar los ojos, le invade el olor del champú de moras, y hasta le tiembla el pulso cuando decide de nuevo, en su mente, deslizar sus labios hasta su cabello y robarle aquel primer beso. Y sentir los brazos de Isabel alrededor suyo aferrarse un poco más, le dibuja la misma sonrisa de entonces, con la misma convicción que le acompañaría siempre, de saber que era allí donde quería estar, donde quería regresar desde donde quiera que se fuese: entre sus brazos.

 

Julián es un hombre esencialmente sencillo. Había conseguido en su vida una rutina casi británica, que le permitía aprovechar al máximo su tiempo. Con una mente privilegiada y una facilidad pasmosa para recordar sin ningún esfuerzo pequeños detalles, esto le convertía fácilmente en el centro de cualquier reunión de amigos, siempre con anécdotas graciosas que contar, más graciosas a medida que se iban empapando con whisky…

 

Necesitaba a sus amigos casi como al aire para respirar; era vital para él esas sesiones semanales de risas y whisky, esos retos para superarse semana tras semana con sus gracias, un subidón de adrenalina como si se tirase en paracaídas.

 

Y sin embargo, cuando miraba a Isabel a los ojos, aquella melancólica mirada, le devolvía de nuevo la tranquilidad de espíritu que tanto anhelaba. La quería muchísimo, la quiso desde siempre, antes incluso de contagiarse con su risa en aquella fiesta. Estaba convencido de que la quería más que a su propia vida, que hubiera intercambiado gustoso ante cualquier adversidad, de no ser por la obligación que él pensaba que tenía todo ser humano de vivir la vida al máximo, hasta sus últimas consecuencias.

 

La quería muchísimo, si, y sabía que ella también lo amaba. Se sentía tan cómodo con ella que no se dio cuenta en qué momento las discusiones empezaron a ser más protagonistas que las caricias, y los gritos sobrepasaron los halagos. Había vivido su relación tan seguro de sí mismo, tan convencido de que sería para siempre, que no supo que aquél sería el último beso que la daría, la tarde de otoño que la vio alejarse con una maleta en una mano y una pequeña jaula con sus agrapornis nigrigenis en la otra.

 

Días más tarde le dijeron que se había mudado de ciudad, que había encontrado un buen trabajo a varios cientos de kilómetros. Ese día, de regreso a casa se dejó caer en el sofá como un globo que se desinfla, se aflojó la corbata, se tomó dos generosos vasos de whisky, y por primera vez desde que la conoció, lloró… como un niño perdido en unos grandes almacenes… con ese nudo en la garganta que te oprime los pulmones, que te corta la respiración, que no te permite hacer otra cosa que llorar sin consuelo…

 

Allí estaba Julián, sentado en la mesa del salón, sin saber muy bien qué hacer. A un lado, una especie de vasija de barro, con motivos étnicos. Al otro, una caja de madera con un pequeño candado. Entre sus manos, un sobre con su nombre. Y frente a él una preciosa niña de 8 años. Apenas podía aguantarle la mirada, con esa melancolía tan familiar… que tanto daño le hacía ahora.

 

Una semana antes le había contactado un abogado y un representante de servicios sociales. Ellos le explicaron que Isabel había sucumbido finalmente, tras una lucha de cuatro años. Y que había dejado a su abogado la voluntad de entregar a su hija al padre. Le dijeron que si él quería, los servicios sociales se harían cargo de la niña, buscándola una buena familia para su adopción, y le dieron un plazo de siete días para conocerla y decidir entre esto o asumir él mismo su tutela.

 

No había vuelto a tener noticias de Isabel desde que por primera y única vez la lloró ahogado en whisky. Casi odiaba su recuerdo, pensando que ella habría vuelto a enamorarse, habría empezado de nuevo, se habría incluso casado. La buena de Isabel, con esa melena roja que le quitaba el sentido… que contrastaba tanto con su semblante ingenuo. Ella era capaz de ser la persona más borde del mundo si veía cualquier tipo de injusticia a su alrededor, y sin embargo el más nimio gesto podía despertar en ella una profunda ternura. Le gustaban los niños, los animales y las flores, y cree recordar que hubo  un tiempo que le escuchó cantar con su voz modulada, dulce, serena. Isabel… su Isabel… ¿quién podría estar tan ciego o loco como para no enamorarse de ella?…

 

 Él en cambio había intentado rehacer su vida un par de veces, convencido cada una de ellas que sería la mujer de su vida, pero sin pasar ninguna de una aventura de varias semanas. Así pues, había tenido todo el tiempo del mundo para hacer las dos cosas que más le gustaba: amenizar las fiestas de sus amigos y viajar. Sólo que ahora sus amigos se habían ido casando,  y ahora las fiestas eran cada vez más escasas, y además, y sobre todo, ya nadie le esperaba cuando regresaba, y los viajes los hacía solo.

 

Y ahora descubría que tenía una hija. Evidentemente, se había hecho las pruebas de paternidad, no fuera que se la quisieran colar; aunque no hubieran hecho falta realmente. Durante esos días, observó a la niña a hurtadillas, y no sólo descubrió en ella la esencia de Isabel; descubrió también rasgos suyos propios… la forma que Julia tenía de fruncir el ceño cuando se explicaba, tan seria… cómo agarraba la cuchara para comer… cómo movía las manos, con los dedos tiesos, al hablar… incluso esa forma de andar tan peculiar, debido a una deformación congénita de los pies… no había duda, Julia era su hija, no importa lo que hubieran dicho las pruebas…

 

Julia… sólo a Isabel, con esa venita romántica que le caracterizaba, se le podía haber ocurrido ponerle el nombre de su padre… a veces, al llamarla, se le escapaba una sonrisa, dándole la sensación que se llamaba a sí mismo; entonces, a Julia se le encendía la carita, le brillaban los ojos y se le pintaba una preciosa sonrisa en la cara, y a él se le helaba la sangre al ver a su lado una miniatura de Isabel. No, obviamente no podía quedarse con ella, no sabría qué hacer… si la hubiera conocido desde el principio, ya estaría acostumbrado, y si hubiera sido con diez años más, pues con un trabajo se podría independizar, pero así… con ocho años… ya no podría viajar, y le iba a cortar su libertad, y ¿quién era él sin su libertad? Y…

 

Sacó de nuevo el folio que había en el sobre con su nombre, y releyó la pequeña nota que Isabel le había dejado escrita:

 

“Hola, Julián, me imagino la sorpresa que te habrás llevado; si hubiese habido forma de evitarlo, créeme que lo hubiera hecho, pero las cosas no siempre salen como queremos, y a mi, por desgracia, se me han torcido mucho últimamente. Julia es una gran chica, pero eso a poco tiempo que hayas pasado con ella, ya lo habrás notado. Sé que no tengo ningún derecho a pedirte nada, no me siento con derechos, pero aún así te voy a pedir un último favor, decidas lo que decidas hacer con Julia. Te entregarán una vasija con mis cenizas junto  con una caja. Me gustaría pedirte que fueses con Julia donde nos dimos el primer beso y tirases desde allí mis cenizas mientras lees lo que hay en la caja, ya sabes lo tonta que soy para estas cosas. Te agradezco muchísimo este gesto, significa mucho para mi.  Recibe, y ojala puedas sentirlo, un beso muy grande con todo mi cariño. Isabel”.

 

         “¿estás preparada, Julia?”

         “Si”, contestó la niña sin mostrar emoción alguna.

 

Julián condujo con su hija hasta una pequeña montaña desde donde se veía toda la ciudad. El lugar le traía muchos recuerdos, demasiados… allí se prometieron amor eterno… allí se dieron su primer beso de novios… allí se pasaron horas mirando las estrellas, después de hacer el amor… y allí ahora, todo acabaría para siempre.

 

Se sentó al lado de Julia, poniendo su mochila en medio. En un silencio ceremonial, sacó la vasija con las cenizas de Isabel, y la dejó unos segundos en el suelo entre ambos. Miró a su hija, y le preguntó:

 

         “¿quieres rezar algo?”

         “Llevo días rezándola”, dijo con una mirada de reproche.

         “Adelante, entonces; agarra la vasija mientras le quito la tapa”.

 

Julián desprendió la tapa de la vasija, pero no hacía apenas viento, así que sólo una mínima parte de las cenizas de Isabel se suspendieron en el aire. Julia la agarró entonces con las dos manos y la agitó, suave la primera vez, más bruscamente la segunda, pero nada, las cenizas se negaban a salir. Con los ojos llorosos le dio media vuelta, pero las cenizas de su madre cayeron a la tierra prácticamente en su totalidad. Miró a su padre con frustración, con nerviosismo, y como éste no sabía solucionar la situación, se levantó enfadada con el mundo, cogió su pequeño bolso y se encaminó hacia el coche.

 

Julián la siguió con la mirada un segundo, y sintió otro respingo en el corazón… recordó entonces la caja de madera, la abrió y descubrió varios sobres, ordenados cronológicamente; Sin comprender muy bien, cogió el primero y sacó las hojas que había dentro. Tenían fecha de noviembre de casi nueve años.  El corazón le empezó a latir deprisa… era cuando la vio por última vez…

 

“Querido Julián: no te imaginas lo que te estoy echando de menos y apenas nos acabamos de despedir. Me hubiera gustado tener fuerzas para afrontarlo todo contigo, para compartirlo con la única persona que quiero y estoy segura querré jamás. Pero tantas discusiones me han dejado sin fuerza, y no quiero ser un lastre en tu vida, así que me retiro humildemente, reconociendo mi derrota.

 

Mi querido Julián… vamos a tener un hijo… sé que tu no lo deseabas, que un hijo te cortaría las alas para poder viajar y ver esos sitios maravillosos que me enseñas en los libros… pero ¿sabes, Julián? Algún día ya habrás visto todos esos sitios… algún día te sentirás demasiado cansado para hacer de nuevo tu maleta… entonces quizá empieces a sentirte solo.

 

Por eso, mi querido Julián, para cuando llegue ese momento, me he propuesto escribirte todas las semanas, para contarte lo mucho que te quiero y te echo de menos,  y decirte cómo va evolucionando nuestro hijo, con la esperanza de que algún día tengas la oportunidad de conocerlo y quieras saber todo sobre él.”

 

Sus ojos llorosos buscaban en esa caja de madera… ¡no lo podía creer, había un sobre por cada semana que había pasado desde que Isabel se fue! Sus manos temblorosas iban abriendo sobres, y a trompicones iba leyendo pequeñas etapas de la breve vida de Julia,  entre frases de amor hacia él.

 

Dirigió su mirada hacia Julia de nuevo, vio su pequeña silueta alejarse despacio, con su bolsito en una mano y un peluche en la otra, y era como si viese a su querida Isabel años atrás. Cerró los ojos, con aquellas notas aprisionadas en sus manos… ¿Volvería a cometer el mismo error? ¿Seguía estando tan ciego como para dejarla salir de su vida sin más?

 

Y de repente comprendió… supo lo que Isabel  había sabido siempre… sintió su amor más que nunca, ahora que ya no estaba… y sonrió como hacía años que no sonreía.

 

         “¡Julia, hija! Vuelve, ya sé qué hay que hacer”

 

Julia se dio media vuelta, mirándolo fijamente. Se secó las lágrimas y mucho más serena corrió junto a su padre.

 

Se sentaron de nuevo uno junto al otro. Julián cogió un puñado de cenizas y le puso una parte en las manitas de su hija.

         “No te imaginas cuánto quería a tu madre. Tu también la querías mucho, ¿verdad?”

         “Si”, contestó la niña, sonriendo levemente.

         “Entonces vamos a recordárselo…”; y alzando las manos, arrojó las cenizas hacia el cielo, mientras gritaba… “¡Isabel, te quiero….!”

         Julia le imitó, arrojando las cenizas que le había dado su padre mientras gritaba… “¡mamá, te quiero…!

 

Miró a su padre a los ojos y vio lo que su madre tantas veces le había dicho sobre él. Y comenzó a reír, abiertamente, y a coger más cenizas y lanzarlas al aire mientras gritaba su amor por su madre. Y Julián comenzó a reír también, sintió que había aceptado su paternidad casi sin darse cuenta, y estaba cada vez más convencido de cómo sería el resto de su vida, mientras contemplaba a su hija cómo se revolvía entre las cenizas, dando a su mirar y a su cara toques de eternas sonrisas…

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Hojas secas

Caen las hojas secas.
Bajo el cielo de primavera
las hojas se desprenden hacia la yerma tierra.

La suave brisa no es capaz de distraerlas,
y se amontonan inertes,
esperando el sueño de la savia que no llega.

En mi norte queda su silueta,
la estéril rama recortada en cárdeno.
Impotente no pudo retenerlas,
dorados diamantes que caen impasibles,
entre reflejos de sol que no esperan.

Les regaló hasta su último suspiro,
quedándose ella misma ajada en el intento.
Sola… igual que el día que brotó del viejo tronco…

Un pequeño gorrión pasa de largo,
y ella extraña aquellos nidos de antaño,
fue… … hace tanto…
… y se posa en un fuerte jazmín vecino,
con sus blancas campanitas asomando.

Y las hojas secas siguen cayendo,
a borbotones, mecidos desde el cielo.
Borbotones de amor…
Borbotones de amor… desarraigado.

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